para Lou Reed
para Bob Dylan
para Tom Waits
para Gabo Ferro
para Joni Mitchell
para Serge Gainsbourg
para Leonard Cohen, especialmente
... y para aquellos que estoy olvidando.
Empecemos por admitir que nadie inventa nada y que todos nos apropiamos de historias que están por todas partes a nuestro alrededor.
Esas historias son agua de un mar cuyo nombre se escribe en mayúsculas.
Es fundamental que el relator comprenda su función de grifo por el cual intenta librarse ese flujo de agua salvaje.
De tal modo, si uno abre demasiado las compuertas, corremos peligro de empapar a nuestro interlocutor (o a nuestros interlocutores) con un chorro hiperpoblado de hechos y personas imposibles de asimilar. Si, en cambio, las compuertas dejan al relato poco espacio por dónde fluir, la historia será tediosa (por no mencionar que todo el mundo odia las goteras). Algunos de nosotros, extremistas del relato, consideramos que la muerte suele ser preferible a una historia tediosa en el 93% de los casos.
Al cabo de los años, no obstante, las compuertas suelen fallar (antes o después, lo cual dependerá del correcto o incorrecto mantenimiento y del uso dado) y no será raro encontrarnos un día en la cola de algún banco, contándole a un pobre cadete de oficina historias de una infancia embellecida por el olvido y la prosaica amargura del presente.